Por Luis Acebedo. Profesor Universidad Nacional de Colombia
Desde hace más de una década, la quebrada El Perro no para de producir noticias alarmantes en Manizales: las empalizadas e inundaciones de 2008 sobre la glorieta del Centro de Exposiciones, luego de la construcción de un box-coulvert en 2007; la repetición del mismo fenómeno en 2010 cuando se hicieron llenos destinados a parqueaderos, lo cual produjo un efecto embudo con el incremento de las aguas lluvias; los recientes desprendimientos de tierra en las partes altas y la posterior construcción de muros anclados para contener el agrietamiento y destrucción de la vía que comunica a la vereda el Zancudo. Y finalmente, la continuidad de la expansión urbana de alta densidad sobre las laderas de esas montañas.
Con la intensificación de las lluvias por estos días, aparecieron en la parte alta de la quebrada nuevas grietas y movimientos de tierra muy preocupantes, que auguran graves desprendimientos en masa, poniendo en riesgo las urbanizaciones sobre la cuchilla de la montaña y las consecuencias que podría tener sobre las partes bajas, especialmente sobre el barrio Chachafruto, levantado sobre los retiros de la quebrada.
Todos estos fenómenos se vienen presentando desde que las administraciones municipales comenzaron a autorizar obras para favorecer nuevos usos y construcciones, a todo lo largo y ancho de la microcuenca. Algunos técnicos han sostenido la hipótesis contraria, es decir, que han sido las obras realizadas las que han servido para mitigar el riesgo. No lo comparto. Miles y miles de millones invertidos en obras de infraestructura encausando las aguas e impermeabilizando suelos, no permiten hacer un buen balance en términos de costos y beneficios ambientales en la quebrada El Perro. Muchas de esas obras han sido destruidas por las lluvias y nuevos deslizamientos, generando un círculo vicioso que obliga a replantear la estrategia.
Pese a todas las alertas que año tras año se vienen presentando, la administración municipal y las autoridades ambientales siguen expidiendo licencias de urbanismo y construcción sobre esta ladera, con edificios cada vez más altos y obras de infraestructura cuyo peso presiona los suelos inestables. Entre tanto, la ladera sigue su proceso erosivo hasta el punto de horadar el terreno que sirve de sustento a las bases de esos edificios.
Quienes compraron sus apartamentos en este lugar pensando en disfrutar de las maravillas del paisaje lejano, experimentaron con el pasar de los años, que en vez de recuperar las plusvalías derivadas de su localización “privilegiada”, obtuvieron minusvalías, representadas en la dificultad de vender o incluso, alquilar esos inmuebles. Es decir, fueron engañados por los promotores inmobiliarios y por las oficinas del Estado que aprobaron dichos proyectos, estimulando el desarrollo de terrenos en zonas inapropiadas para la urbanización.
Este comportamiento no es nuevo, me atrevería a decir que hace parte de una política sistemática en que el Estado, por acción u omisión, se ha convertido en el gran promotor del riesgo en nuestra ciudad.
Hace apenas un año recordamos con tristeza las tragedias de los barrios Sierra Morena, Pío XII, Bajo Cervantes, Arrayanes, Alto Persia, González, Minitas y Aranjuez. En la última década, más de 115 muertos y centenares de heridos por la combinación perversa de dos factores: urbanización en zonas indebidas e incremento de las lluvias por los fenómenos de variabilidad climática. Es una amalgama que Manizales está pagando con creces.
Pero no puede ser que las instituciones públicas sólo tengan como respuesta más de lo mismo, intervenciones correctivas extremadamente costosas. Brillan por su ausencia las soluciones estructurales y de fondo en el POT. Si las instituciones las adoptaran con decisión, representarían ahorros muy significativos que podrían inverstirse en reforestación de cuencas urbanas, restauración de rios, arborización de la ciudad, recuperación de espacios públicos, densificación de la ciudad en áreas apropiadas, mejoramiento integral de barrios populares, rehabilitación ecológica de suelos, entre otras medidas. Pero las instituciones minimizan lo que está sucediendo y ocultan peligrosamente la gravedad de los hechos. Quisiera que tuvieran razón. Pero tomando en cuenta variables como el tiempo cronológico, planes de urbanización, densificación de laderas y mayor periodicidad de fenómenos de movimientos en masa, podríamos estar ante la incubación de una catástrofe provocada por la acción humana irresponsable.