La Ciudad en la Prensa

Educación superior con nombre de mujer.

Por Luis Acebedo. Profesor Universidad Nacional de Colombia

La Educación ha estado en el centro del debate público en estos días por tres motivos, los cambios administrativos de algunas universidades públicas, la reanudación de las protestas estudiantiles por una reforma a la ley general de educación mil veces aplazada y la política electoral. Esta triada en términos generales tiene que ver con la política en el sentido más amplio del término, más allá de lo electoral o partidario. Se trata, ni más ni menos, del rumbo que tendrá la educación superior en Colombia en los próximos años.

La Universidad Nacional de Colombia dio un giro histórico al elegir la primera mujer rectora en sus 150 años de existencia. Es un reconocimiento al importante y creciente papel de las mujeres en la educación, la cultura, la ciencia y la innovación en el país. Este hecho, ya comienza a producir las primeras expectativas, pues como mujer y gracias a ello, la profesora Dolly Montoya expresa su interés de entretejer las complejidades y los retos que tiene la universidad pública consigo misma, con el país y el mundo. Esa mirada reticular y sistémica no es común entre los hombres, más proclives a las miradas unidireccionales, lineales y simplistas.

En su discurso de posesión la profesora Montoya dio unas primeras puntadas: impulsar la ciencia y la innovación, pero también la creatividad y las artes; gestionar más relaciones con el país productivo, pero liderar igualmente la construcción de territorios de paz; avanzar en la interdisciplinariedad, lo cual podría traducirse en una reforma al concepto de las facultades como agrupaciones disciplinares, segmentadas y compactas del conocimiento; buscar nuevas fuentes de financiación, pero sin olvidar el papel indelegable del estado para financiar la educación pública; promover el diálogo y la conversación para la búsqueda de consensos, continuando los esfuerzos por sostener una administración eficiente y eficaz de los recursos públicos. Nada es unidireccional en la vida, mucho menos en la educación y el conocimiento.

La Universidad Nacional de Colombia como la institución de educación superior más importante del país, tiene que ser capaz de liderar el conocimiento y la transformación sobre los más diversos temas que involucran a la nación, a las regiones, al país pluridiverso y pluriétnico. Y ese enorme reto tiene hoy nombre de mujer.

Es hora de dejar atrás las concepciones más retrógradas sobre la educación en el gobierno, aquellas que ven en el conocimiento una amenaza para mantener el control de las conciencias y a los maestros como instrumentos para lavarle el cerebro a los estudiantes. Esas que valoran los libros para alimentar hogueras y bloquean las investigaciones científicas porque contradicen los preceptos religiosos.

Las universidades y el conocimiento deben convertirse en fuerzas liberadoras, dinamizadoras de la transformación social, cultural y productiva. La universidad debe poner a pensar al país a través de sus investigaciones, con sus laboratorios, las artes y la creatividad. La universidad debe ser ejemplo de apertura, de miradas inclusivas y diversas, de democratización interna, porque lo que pasa adentro de las universidades debería ser espejo-reflejo en positivo de lo que debería pasar en la sociedad. Las universidades pueden trabajar sinérgicamente con el resto de la sociedad sobre la base de principios éticos.

Nada justifica que el país siga aumentando el presupuesto en educación si ello sólo sirve a los intereses mercantiles de las instituciones financieras o a las universidades privadas por la vía de becas, así sea para los jóvenes más desfavorecidos. Hoy deberíamos invertir al menos 2% del PIB para Actividades de Ciencia, Tecnología, Innovación y Cultura, para que pueda producirse un salto cualitativo en la sociedad, pero desafortunadamente no llegamos ni al 0.5%. El país necesita cambiar sus prioridades programáticas fortaleciendo la educación pública y garantizando una mayor presencia regional.

Los ciudadanos tenemos la oportunidad de provocar un giro, eligiendo bien en las próximas elecciones presidenciales. Son varios los candidatos que han sabido entender que la educación es la base de las transformaciones sociales, culturales y productivas. Con educación en los territorios, la cultura de la paz tendrá que florecer y podremos dejar definitivamente atrás las causas objetivas y subjetivas que reproducen la guerra y los antivalores como criterios de ascenso social.

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