
Por Luis Fernando Acebedo Restrepo
Arquitecto, Doctor en Urbanismo
Profesor Titular de la Universidad Nacional de Colombia
Chinchiná, 25 de febrero de 2025
Estimados y estimadas concejales del Municipio de Chinchiná
Ciudadanos y ciudadanas asistentes a este foro.
Un afectuoso saludo y agradecimiento al concejal Jonathan Marín Henao, presidente del Concejo Municipal de Chinchiná, por invitarme a este importante foro y por considerar que mi voz pueda ser útil en el debate sobre el proyecto IP Conexión Centro.
Hace un poco más de un año nos habíamos encontrado por última vez en este recinto para discutir imaginarios de futuro en torno a la manera de abordar los procesos de metropolización en la subregión centro sur de Caldas. En ese momento, coincidimos con algunos de ustedes sobre la inconveniencia de elegir la figura de área metropolitana como instrumento para planear las dinámicas sociales, económicas, ambientales, culturales y de movilidad que nos plantea el inevitable proceso de integración entre nuestros municipios y departamentos, asentados históricamente dentro de un único ecosistema delimitado por el Parque Nacional Natural Los Nevados, hoy seriamente amenazado por los efectos del cambio climático.
Los hechos fueron más contundentes que la propaganda perniciosa de quienes tenían agendas particulares con la aprobación atropellada del área metropolitana a través del voto de minorías. No solo intentaron dividir nuestro territorio con falsas promesas no cumplidas hasta la fecha, también han generado una sensación de frustración por cuanto ese esfuerzo económico electoral no se ha traducido en el inicio de un debate necesario sobre la manera de abordar las dinámicas metropolitanas en escenarios de corto, mediano o largo plazo con amplia participación ciudadana.
Para mí, el principal hecho metropolitano es el agua, porque este preciado líquido está en riesgo y afecta nuestra supervivencia en este hermoso territorio por tres factores interdependientes: la desaparición definitiva de los glaciares en menos de una década, la contaminación de las fuentes hídricas y la urbanización acelerada que promueve el mercado inmobiliario sin proyecciones acerca de la disponibilidad de abastecimiento del agua para las futuras generaciones.
Pero tal vez el segundo tema en importancia para lograr un proceso de metropolización ordenado y ambientalmente sustentable es la movilidad ecoeficiente entre la red de ciudades de la subregión centro sur y del eje cafetero. Se trata de la movilidad terrestre y aérea, y los diferentes sistemas de transporte que deberían acompañar las relaciones sociales y productivas. Hoy la mayoría son obsoletos, ineficientes y costosos.
Yo me pregunto ¿Acaso las áreas metropolitanas del eje cafetero, o las RAP que se han conformado hasta ahora, cumplen alguna función asesora eficaz para orientar las decisiones de planeación en torno a estos temas? Todo parece indicar que estas instancias solo se activan cuando hay recursos y contrataciones de por medio, entre tanto, guardan silencio. Pero también hacen mutis por el foro cuando se destapan escándalos en los procesos de ejecución de contratos multimillonarios como Aerocafé, la planta de tratamiento de aguas residuales o la prórroga de los negocios privados de las concesiones viales más allá de lo pactado, como es el caso que nos ocupa hoy.
Definitivamente son los negocios y no el interés general lo que mueve a una parte de las élites políticas a la hora de abordar la metropolización como proceso. Para el empresarialismo urbano, por ejemplo, les resulta más conveniente no tener peajes entre municipios porque ello acelera la expansión urbana como mancha de aceite mediante un modelo de urbanización disperso y de baja densidad basado en el vehículo privado y el consumo de energías fósiles. Se trata de un negocio inmobiliario que ya está capturando las rentas urbanas generadas por la troncal de occidente al convertir los suelos rurales en urbanos o suburbanos. Nada de esa riqueza es recuperada actualmente por los municipios, porque parte del negocio implica el acuerdo para no aprobar instrumentos como la plusvalía urbana, cuyo fin debería ser la equidistribución de los beneficios entre los habitantes más pobres en la construcción de vivienda social, equipamientos y espacio público.
El otro negocio en disputa es la administración de las concesiones viales a lo largo de la troncal de occidente y de la autopista del café. Es un negocio más rentable y de menor esfuerzo privado porque trabaja principalmente con el presupuesto público de la Nación, invertido en la construcción de grandes infraestructuras como carreteras o aeropuertos y en el pago de los peajes que deben hacer los vehículos privados, no solo para el mantenimiento de las carreteras, sino para garantizar las utilidades de estas empresas. Este es un modelo que tiene orígenes medievales y funciona como especie de garitas para el control del acceso a determinados territorios. Bueno es recordar que Colombia es el país que más peajes tiene en Latinoamérica y Caldas sea quizás el tercer departamento que tiene más peajes, después de Cundinamarca y Antioquia.
En un mundo que se supone globalizado, donde las fronteras se diluyen en favor de la movilidad de personas y mercados, no se puede entender que en Colombia sea el mercado el que precisamente ponga más barreras y le impida a las personas la libre movilidad por un territorio que debería avanzar en la consolidación de la Región metropolitana del Eje Cafetero para poder responder a los desafíos del comercio mundial.
En esta discusión faltan las visiones de quienes procuramos el bien común por encima de los intereses del mercado. Y yo quisiera proponer una nueva mirada en ese sentido. Se trata de planear la construcción de una ciudad metropolitana que permita integrar los municipios de Chinchiná, Palestina, Manizales, Neira, Villamaría y Santa Rosa de Cabal. Es una ciudad polinuclear que se expande de manera compacta y en sus intersticios se articula a un suelo agrícola altamente productivo para garantizar la seguridad y la soberanía alimentaria de sus habitantes. Una ciudad metropolitana que cuida el agua como fuente de vida y para ello desarrolla una batería de instrumentos de financiación y gestión que provee el desarrollo urbanístico, dirigido a proteger nuestros bosques y cuencas hidrográficas, a cuidar nuestros páramos para resistir los embates del calentamiento global y a ampliar el espacio público necesario para el encuentro, la salubridad y la vitalidad urbana.
Una ciudad metropolitana que promueve una nueva gobernanza colectiva, sin jerarquías fastidiosas, poniendo en el centro el bienestar general, el conocimiento, la ciencia y la tecnología al servicio del aprovechamiento de las potencialidades productivas regionales. Una ciudad metropolitana que asume con entusiasmo el reto de transformar la movilidad regional a partir de sistemas colectivos eco eficientes, basados en energías limpias, con aeropuertos complementarios, no competitivos y una oferta variada de opciones de transporte que privilegien la integración de los sistemas de ciclorrutas regionales, tranvías, cables aéreos, sistemas férreos y por supuesto, aeropuertos de distintos alcances con tarifa única.
Desde el punto de vista de la gestión de esta ciudad metropolitana debe promoverse una gobernanza basada en la asociatividad y la cooperación y no en la imposición de una tal ciudad núcleo que no reconoce los diferentes aportes municipales al bien común, porque resulta tan valioso el aporte de quienes pueden tener mayor vocación industrial o educativa que aquellos que garantizan la oferta ambiental o agrícola o turística. Todas son actividades que contribuyen a la sustentabilidad del territorio común.
En últimas, le propongo a este Concejo y a las comunidades organizadas que promovamos un nuevo pacto territorial que redibuje el mapa de relaciones subregionales y regionales en correspondencia con un reordenamiento ambiental del territorio. Un mapa que reconozca nuestras capacidades productivas endógenas para ofrecerlas al mundo como factor diferenciador.
Algo tendremos que dejarles a las generaciones futuras, antes de que el mercado depredador destruya el acumulado de riqueza colectiva que hemos construido en menos de dos siglos de existencia de nuestras ciudades. No permitamos que el Paisaje Cultural Cafetero se muera por la conversión de fincas productivas en conjuntos habitacionales cerrados, o en parques temáticos o en cadenas hoteleras mundiales o en “pueblos mágicos” que recrean las fachadas del estilo republicano, pero en su interior se localizan las grandes marcas comerciales globales.
El valor diferenciador está justamente en conservar y cualificar nuestro acumulado cultural y productivo de tal suerte que agregue nuevo conocimiento al saber-hacer regional. Y ese nuevo conocimiento se logra si estamos más integrados, mejor interconectados regionalmente, y sobre todo si tenemos la libertad plena de movernos ágilmente por la ciudad polinuclear metropolitana, sin barreras físicas ni económicas.
Muchas gracias.