Por: Luis Acebedo R[1]
Estos días de confinamiento han servido para volver a abrir esas puertas existenciales desde donde uno se hace preguntas fundamentales sobre la vida y el devenir individual y colectivo. Me hacen evocar aquellos tiempos de adolescencia caracterizados por la rebeldía, la incertidumbre, la fragilidad y el riesgo, donde la peste de las injusticias y el autoritarismo pululaban en cada rincón de nuestros campos y ciudades. Esas pestes que cegaron la vida de tantos jóvenes entusiastas buscando espacios para dignificar su espíritu con experiencias políticas solidarias y significativas en grupos cristianos, partidos políticos, sindicatos, universidades, fábricas o teatros.
La pandemia actual me ha permitido dedicar más tiempo a las lecturas aplazadas. De mi biblioteca están emergiendo libros que esperaban estos tiempos, otros han llegado sin buscarlos para engrosar mis anaqueles. He priorizado las lecturas de algunas novelas que me remueven esos bajos instintos vividos en las décadas de los años 70 y 80 donde los jóvenes inquietos intelectualmente, inconformes con el país y el mundo que vivíamos, decidimos dejar la estabilidad de nuestros hogares y lanzarnos a las “Aventuras Marxistas” como las llamara Marshall Berman (2016), para conquistar el mundo que soñábamos. Fueron tiempos de rupturas que nos ayudaron a formar la personalidad y a sentar las bases de una ética política que, al menos en mi caso, conservo como un gran tesoro.
Algunos amigos de aquellos años maravillosos suelen decir que fue una generación derrotada, o quizás varias, porque no logramos aniquilar los viejos poderes anclados en una sociedad rural de patriarcas y obispos. La “democracia dictatorial” que vivimos, enceguecida por las disputas bipartidistas de mediados del siglo XX, no quiso reconocerle a aquellos jóvenes otros espacios de participación política que se estaban abriendo para romper los diques de las viejas guerras protagonizadas por sus mayores, y prefirió bañar en sangre cada rincón de la patria cortando las alas insurrectas, el deseo de cambio, el pensamiento libre. Cuando esas voces se debilitaron o entraron en el silencio amedrentado, se abrió una pequeña puerta reformista para dejar atrás la constitución política del siglo XIX.
“Manizalados”, una novela escrita por el Flaco Jiménez, es una de esas piezas literarias recientes que expresa la tragedia de aquellos jóvenes que hicieron ruptura con la sociedad conservadora de las frías montañas cafeteras. Su título anticipa la trágica historia que cuenta las ganas de muchachos universitarios por vincularse a las luchas obreras de una de las principales fábricas textileras del país y de la ciudad de Manizales. Hacer sindicalismo ya era subversivo en un país que vivió varias décadas en Estado de Excepción, de tal suerte que quienes se atrevían a solidarizarse con esas causas ya reconocidas como derechos en la comunidad internacional desde mediados del siglo XX, ponían en riesgo sus vidas.
El Flaco Jiménez cuenta desde los sentimientos más íntimos, la manera como un joven entusiasta podría arruinar su vida, con solo ser partícipe de una huelga obrera que termina con la vida de uno de sus líderes. Vivir huyendo de los fantasmas de un Estado totalitario y de los propios que se apoderaron de su mente hasta perder la cabeza, son expresiones de una trama desgarradora e inverosímil en donde realidad y ficción se entremezclan y confunden. Solo el tiempo y la distancia lograron dar fortaleza al personaje para contar su historia a través de la novela, porque aún no parecen estar creadas las condiciones para sincerarse y hablar de aquellas experiencias cargadas de miedos, frustraciones, amenazas, persecuciones y muertes sin sentido.
Hay algunos hitos y personajes de esta novela del 2018 que se entrecruzan con “Las rutas de Ifigenia”, una novela de Eduardo García Aguilar publicada en 2019 por Uniediciones. Manizales es nuevamente protagonista de historias urbanas donde se mezclan todas las tramas, amores y tragedias. Aquí los personajes establecen un vínculo de amistad que se abre con el despertar de la sexualidad y de las ideas político-poéticas; encuentran en la revolución cubana, china o soviética, una inspiración para salir del mundo parroquial, religioso y conservador manizalita, y se sintonizan con ideas de libertad, héroes proletarios y barbudos insurrectos de otros mundos posibles.
Una nueva tragedia de amor, pasiones desbordadas y crímenes de estado, cierran el círculo de aquellos jovenes bachilleres y universitarios de clase media que se alimentaban de literatura, teatro y política. Algunos optaron por ingresar a las guerrillas marxistas, otros a los partidos clandestinos de izquierda y quizás los menos, encontraron en la cultura y las artes, otros medios para rebelarse contra la sociedad patriarcal y decimonónica que pesaba tanto en las mentes brillantes de las nuevas generaciones.
Pero para equilibrar las miradas, apareció recientemente la novela de León Valencia “La sombre del presidente”, editada por Planeta (2020). Lo interesante de esta novela, escrita por un hombre que fue protagonista de aquellas guerrillas que agotaron sus fuerzas en la soledad de la vida rural y prefirieron la negociación al bombardeo de sus campamentos, es que su trama discurre entre los círculos del poder, entrelazados con el narcotráfico y el paramilitarismo, con una mirada igualmente íntima y familiar de la vida de quienes promovieron las alianzas más perversas y criminales para perpetuarse en los salones del Capitolio. También aquí la ficción y la realidad se funden en historias de violencias de alcance internacional que Hollywood nunca podría imaginar, pero en Colombia hacen parte de la vida cotidiana.
Estas lecturas recientes, me llevan a pensar que los “derrotados” de los años 70 y 80 están empezando a escribir sobre una realidad silenciada por otras guerras y otros conflictos. Son tramas que tienen como protagonista la ciudad y la vida urbana, porque allí germinaron los primeros ideales en los cafés, bares o universidades, en una manifestación callejera dispersada por los gases lacrimógenos, en una huelga aplastada, en una obra de teatro censurada, en una y mil frustraciones contenidas por poderes acorazados en sus privilegios. Son hechos reales que aún no pueden escribirse como historias, sino como novelas ficcionales, porque las verdades, desafortunadamente, siguen cobrando vidas, exilios y censuras.
Aun hay muchas novelas que escribir. Cada uno de los que vivimos, sufrimos y sobrevivimos a esos años turbulentos, podríamos escribir nuevos capítulos antes que la peste del olvido nos condene a otros cien años de soledad como lo vaticinó García Márquez.
Referencias Bibliográficas:
García A. Eduardo. (2019). Las rutas de Ifigenia. Uniediciones, Ladrones del Tiempo. Bogotá.
Berman, Marshall. (2016). Aventuras marxistas. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Siglo XXI Editores, España.
Jiménez G. Manuel Fernando. (2018). Manizalados. Matiz Taller-Editorial. Manizales, Colombia
Valencia, León. (2020). La sombra del presidente. Editorial Planeta. Bogotá.
[1] Arquitecto, Doctor en Urbanismo. Profesor de la Universidad Nacional de Colombia
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