Caleidoscopios Urbanos

Peñalosa quiere ser “Haussmann”: Un dictador para Bogotá.

Por: Luis Fdo. Acebedo R

Ahora que Peñalosa ha sido ungido como el candidato del Partido Verde para ocupar la alcaldía de Bogotá y adicionalmente reclama como coequipero al expresidente  Alvaro Uribe Vélez, es conveniente hacer algo de memoria en torno a lo que significó su paso por esta dignidad en el período 1998-2000. De mis archivos retomo un artículo que hice cuando cumplió sus primeros 100 días de gobierno, absolutamente premonitorio de lo que en realidad representó Peñalosa para la ciudad. ¿Querrán los bogotanos seguir andando ese camino?.

ENRIQUE PEÑALOSA


 
“Con seguridad, con iluminación, las fuerzas del mercado por sí solas van a dar una vida al Centro”. Enrique Peñalosa, 1998


Los primeros 100 días de gobierno de Enrique Peñalosa en la Capital permiten augurar lo que será el resto de su mandato: una fuete de contradicciones y luchas permanentes con los pobres de la ciudad.
Contrario a su planteamiento de querer “una ciudad más humana”, el Alcalde ha comenzado con la política de erradicaciones del comercio informal del Centro de la ciudad que ha dado mínimas posibilidades de supervivencia a centenares de familias pobres tradicionalmente segregadas y marginadas de una opción digna de empleo.
El “humanismo” preconizado por Peñalosa no se diferencia en nada del de sus antecesores, quienes a través de políticas de expulsión y represión de los subempleados pretende recuperar la calidad de vida en el Centro de la ciudad. Es el mismo problema de todas las ciudades latinoamericanas abordado con las mismas políticas que nunca han dado resultado, pues una acción de desalojo en un sector del Centro termina por reproducir el problema unas cuadras más adelante.
Desde luego, los gobernantes son conscientes de eso y lo aceptan tácitamente porque nunca tienen soluciones de empleo realmente sólidas para acabar con la informalidad. El asunto más importante en estos casos, es el intento por generar nuevas y más sustanciosas plusvalías urbanas en lugares deteriorados del Centro, que a través de acciones de “limpieza social” e inyección de capital puedan ser objeto de especulación inmobiliaria por medio del derrumbe de las construcciones viejas y el levantamiento de nuevos proyectos que revaloricen la tierra urbana.
En el caso de la Plaza de San Victorino, legendario centro de abasto, el Alcalde pretende dejar huella con un Proyecto, o más bien una decisión de escritorio, llamada “Parque Tercer Milenio” que implicaría derrumbar más de 20 manzanas, desde la calle 13 hasta la calle 6, llevándose por delante a todo el comercio informal de la zona –que paga arriendo mediante contrato con la propia alcaldía desde hace varias décadas- y la legendaria “calle del cartucho”, que es apenas una pequeña muestra del crecimiento de la indigencia y la marginalidad en la ciudad.
Este proyecto junto a otros que están planteados a todo lo largo de la calle 13 indican que una gran parte de las inversiones del Distrito, pero sobre todo del capital privado nacional y extranjero, se ubicarán sobre este sector de la ciudad, por donde además, pasará la línea del Metro y la Troncal de Buses. Como se sabe, la familia Peñalosa tiene sus intereses particulares en la Zona Franca y ha planteado de tiempo atrás la política de apertura de parques como instrumento de revalorización inmobiliaria. Pero también el grupo Santo Domingo, las familias Pastrana y Puyana y otros grupos económicos son a la vez “lotifundistas” de la periferia occidental de la ciudad y tienen sus intereses particulares en los Macroproyectos urbanos que están planteados sobre el eje de la calle 13, tales como la Troncal de transporte, las vías periféricas de interconexión regional, los proyectos de vivienda suntuaria, la canalización del rio Fucha y la recuperación del rio Bogotá, entre otros. Estos dos últimos habilitarán importantes áreas de lotes para desarrollo urbano.
Peñalosa quiere convertirse en todo un Haussmann para Bogotá: aquella tristemente célebre figura de París de mediados del siglo XIX, quien como todo un dictador reformó y revalorizó la ciudad abriendo grandes avenidas y expulsando a los obreros de sus céntricas viviendas hacia la periferia de la ciudad, sin ninguna garantía.
Al “humanismo” oligárquico de Peñalosa es necesario oponerle el humanismo social de los demócratas.
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